Un lugar en el mundo

El Oscar al mejor film en idioma extranjero, que en marzo pasado obtuvo En algún lugar de Africa, la saga de Caroline Link sobre las memorias de Stefanie Zweig, no pudo llegar en un momento mejor para el cine alemán, que está atravesando un período no sólo de recuperación de su propio mercado interno sino también de fuerte expansión hacia el exterior. La primera vez que Alemania se había llevado a casa la estatuilla de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood había sido en 1979, con El tambor, de Volker Schlöndorff, sobre la novela de Gunther Grass, y tuvieron que pasar 24 años para que el cine alemán recuperara ese lugar de máxima visibilidad internacional que es el podio del Oscar.
Pero el cine alemán no se agota en la película de Caroline Link, que tanta repercusión de crítica y público tuvo aquí en Argentina, ni tampoco en Bella Martha, una excelente comedia romántica de Sandra Nettelbeck que se está abriendo un camino en los videoclubes locales, a pesar de que no llegó a tener el estreno comercial que hubiera merecido (en los Estados Unidos fue un éxito sorpresivo en los circuitos de cine-arte de las grandes ciudades). Para probarlo, está aquí y ahora este puñado de catorce films de la producción 2002-2003, que da una idea de la capacidad de producción y de la amplitud de temas y estilos con que el cine alemán busca reinsertarse en el mundo.
Su principal plataforma de lanzamiento sigue siendo el Festival Internacional de Berlín, donde en febrero pasado el catálogo contabilizaba 50 largometrajes y 9 cortos en las diferentes secciones, desde el concurso oficial (con tres contendientes al Oso de Oro) hasta el Forum del Cine Joven, pasando por el Panorama, el Kinderfilmfest y las paralelas German Cinema y Perspektive Deutsches Kino. Directamente de la Berlinale viene para esta muestra el buque insignia del cine alemán, Good Bye, Lenin!, una mirada agridulce sobre los cambios que atravesó Alemania después de la caída del Muro y que desde su estreno en el Festival ya lleva reunidos más de seis millones de espectadores, una cifra que permite pensar que durante la temporada 2003 la producción alemana puede llegar a superar el 12% de su mercado que consiguió en el 2002, con 19 millones de espectadores.
También del Festival de Berlín, y con un Oso de Plata bajo el brazo, llega A mitad de camino, de Andreas Dresen, que demuestra hasta qué punto es posible hacer un cine a escala humana, que le dé la oportunidad de experimentar a sus actores y que, al mismo tiempo, se comunique de una manera muy llana y directa con sus espectadores (la película de Dresen se llevó también el Premio del Público de la Berlinale 2002). Esa escala humana es la que propone también Solino, de Fatih Akin, un cineasta de sangre turca nacido en Hamburgo y ya familiar para los cinéfilos de Buenos Aires, que recordarán -gracias al Goethe-Institut y al Festival de Cine Independiente- sus films anteriores, Rápido y sin dolor (1998) y En julio (2000). En Solino, Akin se anima por primera vez a salir del tema de la diáspora turca, a partir de la cual había construido también sus documentales y sus cortos, y se interna en la problemática de otro grupo inmigratorio de fuerte incidencia en la Alemania del milagro económico de posguerra: los italianos.
Y en una Semana de Cine Alemán en Buenos Aires no podía faltar la película más reciente de Doris Dörrie, la directora de Nadie me quiere, ¿Soy linda? y Sabiduría garantizada, que ya tiene un público propio en la ciudad. Ahora se trata de Nackt, un desinhibido encuentro de parejas a puertas cerradas en el que la directora literalmente desnuda a la alta burguesía alemana, enviciada por la cultura de la frivolidad y el consumo indiscriminado.

Luciano Monteagudo