Hubo un tiempo en que el cine infantil se dedicaba a contar historias sencillas, emocionantes y divertidas y no apostaba todo solo a los efectos especiales. Afortunadamente, de vez en cuando todavía nos encontramos con alguna película de este tipo, que aporta un agradable soplo de aire fresco entre tantos Harry Potters, brújulas doradas y Narnias varias.
Es el caso de Zora, la pelirroja, impecable adaptación de la novela homónima de Kurt Held firmada por el director de origen checo Peter Kahane, en la que se dan la mano aventuras, mucho sentido del humor y hasta un cierto toque de romanticismo.
Ambientada en los años 30 en una idílica localidad pesquera de la costa mediterránea (que en ningún momento se identifica, aunque todo invita a pensar que está situada en la antigua Yugoslavia), esta película cuenta las aventuras de una pandilla de huérfanos entre 12 y 14 años, capitaneada por la intrépida Zora del título, que viven como si fueran forajidos y se enfrentan a los desmanes de los caciques locales, el alcalde Ivekovic y el comerciante Karaman. La llegada a la banda de un nuevo miembro, Branko, que acaba de perder a su madre, hace que las hormonas de Zora entren en ebullición y se precipite en una lucha sin tregua contra Zlata, la hija del mismísimo alcalde, para conseguir el “amor” del muchacho. |